sábado, 26 de mayo de 2012


EL CULTO CRISTIANO

EL CULTO PRIMITIVO: SUS ORÍGENES Y DESARROLLO

El culto consiste en nuestras palabras y acciones.  Es la expresión externa de nuestro homenaje y adoración, cuando estamos reunidos en la presencia de Dios.  Estas palabras y acciones están gobernadas por dos cosas: nuestro conocimiento del Dios a quien adoramos, y los recursos humanos que somos capaces de aportar a ese culto.  El culto cristiano se diferencia de todos los demás cultos en que se dirige al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.  Su desarrollo es peculiar porque el Espíritu Santo ha estado con y en la Iglesia para aconsejarla y dirigirla desde el día de Pentecostés.  Esto es lo que da al enfoque histórico del culto su validez peculiar e importancia práctica.

1.      ORÍGENES
El Nuevo Testamento había sido ya redactado antes que el culto cristiano alcanzara su pleno desarrollo, pero no nos deja sin un testimonio claro.  El libro de los Hechos retrata la vida primitiva de la Iglesia, y las epístolas y el Apocalipsis añaden mayores detalles.  Cuatro cosas sobresalen.  Primera, que por lo menos por algún tiempo los cristianos continuaron participando del culto en las sinagogas y en el Templo.  Segunda, que compartían frecuentemente una comida común conocida como el ágape o fiesta de amor.  Tercera, que usualmente al finalizar el ágape, y a veces aparte del mismo, celebraban la eucaristía en obediencia al mandamiento de nuestro Señor dado en la última cena.  Cuarta, que esta acción era seguida a menudo de profecías o discursos en lenguas, un ejercicio extático para el que algunos tenía dones especiales, pero que debía ser cuidadosamente controlado, como puede verse de la admoniciones de San Pablo al respecto.  En una época relativamente temprana, aproximadamente la mitad del segundo siglo, los elementos segundo y cuarto desaparecieron de la corriente principal del culto cristiano.  Por consiguiente, no hace falta que nos ocupemos con ellos.  Nos reduciremos a prestar atención a los dos elementos permanentes que derivan respectivamente de la Sinagoga y del Aposento Alto.

La lectura y exposición de las Sagradas Escrituras en un ambiente de alabanza y oración han constituido desde el principio uno de los elementos esenciales del culto cristiano.  Esta es una herencia directa de la Sinagoga Judía,

Nuestro Señor mismo, “como era su costumbre”, había participado regularmente del culto de las sinagogas: San Pablo siempre iba a la sinagoga como primera cosa cuando llegaba a una nueva ciudad; los cristianos de origen judío amaban la sinagoga y sus costumbres, donde habían adorado y habían recibido su educación desde temprana niñez.  Por lo tanto, era de esperarse que, cuando los cristianos fueran expulsados de las sinagogas, su culto siguiera líneas similares y contuviera muchos de los mismos elementos.

Por el contrario, el culto del Templo dejó pocas huellas sobre el culto cristiano, y esto así principalmente por dos razones.  Primera, porque la gran mayoría de los judíos de la Dispersión nunca habían visto el culto del Templo y, aún en Palestina, el verdadero hogar del culto judío en el tiempo de nuestro Señor se encontraba en las sinagogas; mientras que para los cristianos de origen pagano poco significaba el templo y su culto.  En segundo lugar, porque cuarenta años después de la muerte de nuestro Señor, el Templo fue destruido por los romanos para no ser reconstruido nunca más, las sinagogas permanecieron.

El origen de la sinagoga es oscuro, pero se sabe que se desarrolló en la Dispersión.  Para preservar su vida distintiva y para darle continuidad, los judíos necesitaban, como pueblo, tener acceso constante a sus libros sagrados.  La institución de la sinagoga surgió de esta necesidad, hasta que en la época de nuestro Señor existía por lo menos una sinagoga en el centro de cada comunidad considerable de judíos, desde Persia hasta los límites más occidentales del Imperio Romano.

El propósito primario de la sinagoga era el de capacitar a los hombres para escuchar la Ley leída y expuesta.  El acto central de su culto era, por consiguiente, la lectura de la Ley, primero en hebreo, luego en la lengua común acompañada de una exposición.  Alrededor de esto se reunieron cantos y oraciones en forma natural e inevitable.

Para la alabanza, se usaban los antiguos salmos y se compusieron nuevos.  Las oraciones tenían una forma tal que todos podían tomar parte en su recitado y, aunque no fueron puestas por escrito hasta probablemente el siglo cuarto o quinto de nuestra era, en la época de nuestro Señor parece que tanto en forma como su contenido estaban ya prescritos y eran transmitidos por la tradición oral.  Para esa época también se incluía en los servicios de la sinagoga lecturas de los libros proféticos, que dos siglos antes habían sido incluidos en el canon de las escrituras judías.  El cristianismo heredó todo esto del antiguo judaísmo.

Pero el culto cristiano no era una copia exacta del culto de la sinagoga.  Había un énfasis y un contenido nuevos de acuerdo con la nueva revelación y para expresar el nuevo espíritu.  El centro de interés pasó de la Ley a los libros proféticos.  Pronto, aunque pasaría más de un siglo antes que el canon quedara determinado, también las escrituras cristianas comenzaron a tomar formar, incluyendo las cartas y memorias de los apóstoles y otros, colecciones de los dichos y los hechos de nuestro Señor, y finalmente al Apocalipsis.  Estas nuevas escrituras pronto tuvieron precedencia sobre las antiguas, asignándosele el lugar más elevado a los evangelios, que  Orígenes describió como “la corona de toda la Escritura”.  Los cristianos siguieron empleando los Salmos en su culto de la manera que habían acostumbrado en las sinagogas, pero también comenzaron a componer himnos propios.  También sus oraciones, aunque emparentadas con la forma de las de la sinagoga de manera que todos pudieran participar de las mismas, pronto sufrieron una evolución separada, hasta dar origen a un nuevo cuerpo de devoción, apto para expresar el culto de quienes habían venido a conocer a Dios tal como se revela en Jesucristo.

A todo esto, los cristianos primitivos añadieron otro elemento derivado directamente de nuestro Señor, la perpetuación en oración y comunión sacramental de la experiencia del Aposento Alto.  Más de lo que podían hacerlo las palabras, esta acción santa recordaba lo que nuestro Señor había hecho y subrayaba la conciencia suprema de su presencia viviente que les acompañaba.  La experiencia estaba cargada son el poder de la resurrección; y , en obediencia a la exhortación apostólica, pronto se hizo costumbre la celebración de la Cena del Señor en el primer día de la semana, al rayar el alba, en la hora en que él se les revelara, como hora del culto.  El día del Señor no era el viernes, el día de su  muerte, sino el domingo, el día de su resurrección; y a ese día pertenecía  su más exaltado acto de culto, en el que exhibían victoriosamente su muerte en la eucarística, mientras  que él mismo, su Señor resucitado, estaba presente entre ellos.  No tenían  ninguna teoría de la presencia de nuestro Señor en el sacramento tal como las que vendrían a dividir la Iglesia en días sucesivos, pero la conocían como un hecho de la experiencia espiritual, como una realidad vida.

Reuniendo, entonces, las referencias al culto que aparecen en el Nuevo Testamento a la luz de la historia posterior – un procedimiento razonable puesto que la historia es continua – llegamos a algo semejante a lo que sigue hacia fines del primer siglo: 
Primero, lo que surgió de la sinagoga: lecciones de las nos (1Co. 14:26; Ef. 5:19; Col. 3:16); oraciones en común Escrituras (1Ti. 4:13; 1Ts. 5:27; Col. 4:16); salmos e himnos ( Hch. 2:42; 1Ti. 2:1-2) y amenes de la congregación (1Co. 14:16); un sermón o exposición (1Co. 14:26; Hch. 20:7); una confesión de fe, aunque no necesariamente la recitación formal de un credo (1Co. 15:1-4;1Ti. 6:12); y tal vez ofrendas (1Co. 16:1-2, 2Co. 9:10-13; Ro. 15:26).

Segundo, comúnmente junto con lo anterior, la celebración de la Cena del Señor, derivada de la experiencia del aposento alto (1Co. 10:16; 11:23; Mt. 26:26-28; Mc. 14:22-24; Lc. 22:19-20).  La oración de consagración incluiría acción de gracias (Lc. 22:19; 1Co. 11:23, 25, 26), intercesión (Jn. 17), y tal vez el recitado de la oración del Señor (Mt. 6:9-13; Lc. 11:2-4).  Es probable que en esta parte del servicio hubiera cantos, y el ósculo santo (Ro.16:16; 1Co. 16:20; 1Ts.5:26; 1P.5:14).  Los hombres y las mujeres estaban separados como en las sinagogas; los hombres a cabeza descubierta y las mujeres veladas (1Co. 11:6-7).  La actitud para la oración era ponerse de pie (Fil. 1:27; Ef. 6:14; 1Ti.2:8).

De esta manera el culto cristiano, como  cosa distintiva e indígena, nació de la fusión de la sinagoga y el Aposento Alto, en el crisol de la experiencia cristiana.  Así fundidos, cada uno completando y estimulando al otro, se convirtieron en la norma del culto cristiano.  El culto cristiano halló otras formas de expresión, pero estas pertenecen a la periferia y no al centro.  El culto típico de la Iglesia se puede encontrar hasta el día de hoy en la unión del culto de la Sinagoga y la experiencia sacramental del Aposento Alto; y esa unión data de los tiempos del Nuevo Testamento.

2.      LA KIDDUSH Y LA ÚLTIMA CENA
El mismo origen de la Última Cena es una cuestión que podemos considerar aquí con provecho.  Hasta recientemente el concepto tradicional era que la Última Cena había sido la Pascua, celebrada por nuestro Señor con sus discípulos por última vez en la noche de su traición.  Pero la evidencia ha sido reexaminada, y se ha propuesto otro concepto que actualmente goza de mayor aceptación como el que mejor explica los hechos.

Puede ser resumido de la siguiente forma.  Se sostiene que la Última Cena deriva de un sencillo refrigerio compartido semanalmente por pequeños grupos de hombre judíos, muy a menudo por un rabino y sus discípulos.  Su propósito era preparar para el sabat o para un festival, y tenía un carácter religioso.  Consistía en una plática religiosa seguida por una sencilla comida de pan común y vino mezclado con agua, pasando la copa de uno a otro, y por oraciones.  Esta comida era conocida como la Kiddush, y se la observaba comúnmente en círculos piadosos de entonces, especialmente en círculos mesiánicos. Es casi seguro que nuestro Señor y sus discípulos estaban acostumbrados a participar de esta comida de comunión en la víspera de cada sabat y festival: por consiguiente, la “última cena” fue la última de estas comidas que compartieron.

Al examinar los relatos, encontramos muchas indicaciones de que aquí tenemos el origen   de la Última Cena.

Si la Pascua había comenzado en “la noche en que él fue entregado”, nuestro Señor no haría podido ser juzgado y ejecutado ese mismo día, porque  era contra la ley de los judíos celebrar un juicio o una ejecución durante la Pascua.  Pero la Última Cene tuvo lugar, de acuerdo al cómputo judío, en el mismo día de los juicios y la crucifixión.  Esto basta para probar que lo que nuestro Señor compartió con sus discípulos fue una comida prepascual, y no la correspondiente  a la Pascua; aunque estando estrechamente asociada con la Pascua como una parte normal de su celebración, no es irregular que se la denomine la “Pascua”en los relatos de los evangelios: para un lector judío sería muy claro que se significaba de esa manera.

Más aun, el carácter de la Última Cena era fundamentalmente diferente del de la Pascua.  La Pascua era un festival estrictamente familiar; la Kiddush siempre era observada por un grupo de amigos masculinos.  Durante la Pascua se ofrecía un cordero pascual; esto falta en la Última Cena, pesa a que era esencial para la Pascua.  Para ésta se exigía pan sin levadura; pero en la Kiddush se empleaba siempre pan común leudado y todos los relatos señalan específicamente que en la Última Cena se empleó pan común.  En la Pascua se usaban varias copas; en la Última Cena, como en la Kiddush, sólo hubo una copa.  Durante la Pascua se leía invariablemente el pasaje que narra el éxodo de Egipto; no hay mención alguna de que talcosa se hubiera hecho en la Última Cena.

Hay otro punto relativo a la historia ulterior de la eucaristía que puede mencionarse también. Desde el comienzo la Cena del Señor fue celebrada con frecuencia y una celebración semanal pronto se convirtió en la práctica aceptada.  La Kiddush también era celebrada semanalmente, pero la Pascua sólo una vez al año.  Sin embargo, su costumbre subsecuente muestra  claramente que los discípulos comprendieron de las palabras y acciones de nuestro Señor que debían celebrar la eucaristía con frecuencia; esto hubiera sido improbable si la Última Cena hubiera sido la Pascua anual y no la Kiddush semanal.

Para concluir, puede notarse que el vino de la Kiddush se mezclaba con agua conforme a la moda oriental común; y tal ha sido, aparte de la Iglesia Armeniana, la práctica universal de la Iglesia al celebrar la eucaristía.

Estos puntos, por sí y en conjunto, demuestran en forma concluyente que la Última Cena deriva de la Kiddush.

3.      La edad subapostólica


EL CULTO MEDIEVAL

La fuente más importante de información sobre el culto medieval la constituyen los diversos libros  litúrgicos que hubo en uso tanto en el oriente como en el occidente.  Estos fueron compilados para lograr diferentes propósitos y han llegado a nosotros desde distintas épocas.  Si el lector de la misma tenía que leer un pasaje del Antiguo Testamento, o del libro de los Hechos, o de las epístolas, o del Apocalipsis, recurría al Epistolarium; si otro debía leer la lección correspondiente de los Evangelios, tenia el Evangelarium a mano; o bien pudiera  ser que el Liber Comitis estuviese disponible para ambos tipos de lectura.  El sacerdote usaba su Sacramentarium, aún cuando el mismo contenía todavía fórmulas para ritos que a través del tiempo habían pasado  a ser privativas del obispo, conteniendo también los formularios usados por el sacerdote en los bautismos,  matrimonios, visitas a los enfermos y entierros, formularios estos que fueron más tarde reunidos en tomos separados conocidos como Manuale, el Rituale o el Sacramentale. El Kalendarium indicaba el advenimiento de las festividades y el Martyrologium el de los días consagrados a la memoria de los santos y de los mártires. El Ordinale guiaba al clero en la conducción del culto mientras que el Compotus les ayudaba a calcular la fecha en que caía la Pascua de Resurrección.  De uso más frecuente eran el Psalterium para el recitado del oficio diario, y el Sermologus y el Homilarium, libros que ayudaban al predicador en la preparación de su sermón semanal para la instrucción de los fieles.

El libro litúrgico de los primeros años de este periodo indicaba el modo peculiar en que cada distrito llevara a cabo su culto.  Las variaciones eran frecuentes y no había un rito uniforme que fuese seguido consistentemente en amplias zonas geográficas.  Gradualmente, empero, las formulaciones locales fueron cediendo ante los usos más ampliamente aceptados, y la uniformidad fue creciendo.

Bajo Carlomagno, la iglesia de Galia adoptó la liturgia romana, pero incorporó a la misma elementos peculiares a las liturgias galas; más tarde este amalgama romano – gala desalojó a la liturgia que se usaba en la misma Roma.  De esta combinación, el Sacramentario Gelasiano que procede del siglo siete, es el mejor exponente.  El Antifonario de Bangor,  de Irlanda (680-691) preserva el oficio coral de la iglesia celta.  En Inglaterra el  Orden Litúrgico de Sarum (Salisbury) llegó a ser de importancia.   El rito romano seguido en la catedral fue modificado durante la Edad Media y para el año 1457 ya casi todo el país había adoptado el orden del culto en uso en Salisbury.  En 1549 los reformadores lo adoptaron  en gran medida para compilar el Primer Libro de Oración común de Eduardo VI.  En el prefacio a éste, dicho orden de Salisbury es descrito como una formulación “local”para cuyo reemplazo se había diseñado el nuevo libro.

En el oriente se usaba el Euchologion; el mismo contenía el texto de los tres ritos eucarísticos: el de San Crisóstomo, el de San Basilio, y el de la Liturgia del Presantificado, con las partes invariables del oficio, y las oraciones usadas en la celebración de los sacramentos.  El más antiguo manuscrito del mismo, el Codez Barberinus, se originó probablemente en el siglo octavo.  En el oriente los ritos rápidamente se hicieron uniformes y los textos litúrgicos homogéneos.

El centro del culto era la Eucaristía y aquí también la tendencia general se movía hacia la uniformidad.  La tradición oriental, ya fijada en lo esencial antes del fin del siglo cuarto, estaba basada en el rito de la iglesia de Jerusalén con algunas modificaciones introducidas desde Bizancio, rito que Constantinopla había tratado de forzar sobre todas las iglesias sujetas al edicto imperial.  Los cambios considerables que habían sido característicos del oriente antes del siglo siete cesaron para el noveno, época en que la liturgia oriental quedó estereotipada.

El rito occidental de la Eucaristía se componía de elementos romanos y galos; el rito oriental era el de la liturgia bizantina.  Algunas diferencias entre ambos son notables. El culto comenzaba en el oriente con la Prothesis, a saber, las devociones preparatorias y el vestirse de los ministros, el lavamiento de manos, la preparación de las obligaciones (en especial el corte del pan), el incensamiento de la iglesia y la bendición pronunciada por el sacerdote puesto en pie ante la mesa.  Las preparaciones eran seguidas por letanías, antífonas y oraciones, elementos que en forma conjunta recibían el nombre de Enarxis.  A esta altura del culto comenzaba la Liturgia de los Catecúmenos con la procesión hacia la mesa portando el libro de los Evangelios, y con el cántico de himnos que concluía con el Trisagio.  En el occidente, empero, el culto comenzaba con la Misa de los Catecúmenos, la que hasta el siglo dieciséis incluyó el recitado ante el altar del Salmo 43, la confesión mutua, y oraciones.  Posteriormente en el occidente, estos actos no fueron considerador como parte de la misa, la que comenzaba propiamente con el Kyrie, una letanía oriental que sobrevivió en sus tres respuestas Kyrie, Eleison, y con el Gloria, un salmo privado oriental usado a partir del siglo cuarto.  Las

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